
Manuel Capelo
Foto: J.M.Serrano

Siempre ocurría. Hasta entrados los años 70, si coincidían lluvia y marea alta se inundaba la calle Marina y, en ella, la rotativa del Odiel. Pero su modesta tirada, casi artesanal, no faltó en los puestos ni una mañana sola. Francisco, desafiando a los elementos como jefe de Cierre, presumía de ello.
Derramó sus días y sus noches, sobre todo, en el diario. El hijo enredaba entre las bobinas de papel. Y ya te has manchado de tinta, niño. De tarde, el crío esperaba en la trastienda de Toscano, donde el padre hacía doblete. Pasaba por la distribuidora toda la prensa de Huelva. No habrá mejor biblioteca que aquel pretil de la calle Concepción: “El Capitán Trueno”, “Mortadelo y Filemón”, “Roberto Alcázar y Pedrín”…
Cuando Francisco se quiso dar cuenta, y muy a su pesar, ya era tarde. El único varón de su prole soltó el obús. No cayó la breva de que quisiera ser médico: periodista por contagio. Resignación.
Del salitre al cierzo
El éxodo era forzado. La Universidad de Navarra estrenaba la primera licenciatura de Periodismo de España. Y fue así como Manolo cambió el salitre por el cierzo; Marina por Estafeta. Veinticuatro horas en tren. Pamplona, su Gran Manzana. Lo aprendido en aquellas latitudes, -el debut en Nuestro Tiempo y El Pensamiento Navarro; la Hoja del Lunes de Santander…-, le dio los apaños para lo posterior.
Su primer revés data de 1978: de vuelta al sur, quedose el muchacho compuesto y sin periódico tras el plantón de Nicolás Salas. Noqueado… y libre para explorar. Fue así como ensanchó en él, para sorpresa de sí mismo, un cronista deportivo. Firmó para EFE y para Andalucía deportiva, la agencia de su querido Miguel Gallardo, compañero de fatigas en el Soria 9. Retransmitió para Radio 80 el España-Malta de 1983. Y al fichar por El Correo de Andalucía le cambió la vida.
Julio de 1985. Dos Hermanas. “Vaya la que se ha liado, presidente”, principiaba su entrevista a Felipe González. Consiguió la primicia en pleno escándalo nacional por la travesía en el yate Azor. Sin papeles. Sin grabadora. Única condición del presidente. Giménez Alemán llevaba dos meses dirigiendo ABC de Sevilla cuando se desayunó la portada de la competencia con González. Raudo localizó a tal Capelo firmante para ficharlo y, ahora sí, que este se estrenase en el ABC de Sevilla con siete años de retraso. Y la dicha fue buena.
Comenzó como cronista parlamentario y fue ascendiendo en la mancheta. Pidió una excedencia para ser consejero de RTVA; la más árida de sus etapas.
Olor a futuro
Sigue siendo un enigma bajo pena de divorcio la fortuna pagada, allá por 1994, por aquella rudimentaria conexión a internet en casa. Le olía aquello a futuro. Terminó de afinarle el olfato el MBA de Economía y Dirección de Empresas en San Telmo.
Reanudó en ABC, ya con ojos de gestor. Nombrado subdirector, le encomiendan la transformación digital del diario. Calma. Adivinaba que venían curvas, pero traía el empeño de serie.
Desde sus canas, relee aquella transición “del plomo al bit” con melancolía. Fue un pretérito a contracorriente, dando la turra al prójimo: multimedia, clic, inmediatez, usuarios, “hazme-la-versión-para-la-web”. Un evangelista incómodo en la redacción. Un hombre de fe en un nuevo modelo de negocio.
Recuperado el aliento ya tras casi quince años de digitación del papel, hoy le juega la revancha al Manolo que no viajó, no acompañó y no descansó lo deseado en cincuenta años de oficio. Hoy le da la exclusiva a la esposa y al hijo pacientes; a sus libros, -el publicado y los planeados-, lecturas e investigaciones. Espoleado por una vocación insobornable que no cabe en un timeline ni abarcará ningún big data.
