
Isabel Aguilar
Era de lata. Redonda y roja. Se relamió. Luego llenó de notas aquella caja en una secuencia, comer y escribir, que auguraba ya su porvenir periodístico. La cría no inventaba. No esbozaba siquiera un personaje, una trama. Ella plumeaba sus desdichas; su pundonor hecho añicos por algún mozo. Con la pulsión de narrar; de contar lo vivido.
El caserón de la abuela Georgina estaba en Marchena; los gatos, el inmenso jardín. El imperio de libros y periódicos en el que vivía. En su visor, la futurible Psicología. Pero en COU le cambió el encuadre para tormento de su tío Ignacio: “Dile a la niña que ni se le ocurra”. Protector, quiso Camacho reorientar a la sobrina por disuasión indirecta. Pero no le salió como sus columnas, que no era aquello una raya en el agua. En meses y con otras muchachas del pueblo, la niña estrenaba alquiler en Sevilla para empezar Periodismo.
Comenzó a masticar el oficio, que no a saborearlo, en TeleMarchena. Se fogueó en aquella plaza de abastos de las pesetas a euros; en la actuación de la asociación de vecinos; en la retransmisión de la cabalgata de Reyes. “¿Qué tal este primer año de cabalgata, Isabel?”, preguntó en directo el presentador. El infeliz. “El primero… ¡y el último!”, resolvió la becaria en vivo para todo Marchena. Su madre, espantada frente al televisor. Siempre fue procaz; la falsedad es la indecorosa.
Más sabroso fue el verano de cuarto de carrera. Le hincó el diente a ABC de Sevilla. Debutó en Huecograbado. Su primera jefa, Clara Guzmán. Tela de jefa. Guzmán alimentó su apetito por escribir. Adoptó entonces la frase de su tío Ignacio: “Yo soy ave de pluma y no de pico” y no quiso atragantarse más con ondas ni “frames”. Se prendó del papel; de un futuro con guarnición de tinta y grapa… “Isabel, Luis Montoto”, le presentaron al compañero. “Este tiene nombre de calle”, pensó. El homónimo venía de Manchester, de batallarse como camarero para aprender inglés. Un encuentro de miga.
Salto a Madrid
Antonio “El Pipa” en el escenario de aquella Feria de Marchena de 2004. La llamada: aceptada en el Máster de ABC – Complutense. Brincó ella de alegría más que el de Jerez. El cielo de Madrid era “alto y luminoso”, le escribió en una nota su madre, -porque el Periodista de la familia será el tío, pero para escritora, Mª Dolores. Palabra de Georgina-.
Madrid, qué suculento menú. Posgrado de ABC a las finas prácticas en la redacción de Juan Ignacio Luca de Tena, 7; con aderezo de García Calero como jefe de Cultura. Revuelto de noches castizas en el piso de San Blas, al alimón con otras principiantes. En la habitación contigua, Isabel González Suero, ya andaluza, más aún no económica. Ambrosía de años. Y de postre, un contrato en Boomerang, en los albores de Cuatro… De repente, qué empacho. Qué ardores da la tele. Y quién ha movido Sevilla del mapa; ¿tan lejos estuvo todo este tiempo?
La añoranza ganó terreno; el corazón, también. Dejó el sueldo y los focos de Madrid para cubrir los Cursos de Verano de la UNIA para Europa Press en Andalucía. Cobró, en comparación, una propina. Y fue inmensamente feliz.
Ocurrió que Madrid volvió a cortejarla. Tendió la emboscada Aurelio Fernández. Cumplía entonces cuatro años en Sevilla, en Recoletos. Su jefe vio en ella posibilidades que no creía para sí: jugar en Champions. Tres hijos después, que dan para muchas vigilias, no ha habido insomnio que iguale al de la noche en que dirimió su regreso.
Así pues, Madrid, 2010. Segundo asalto. En la capital le esperaba la Historia. La suya y la del país. Una vacante en Cierre. Volver a casa a las tres de la madrugada. El Mundo en sus manos. Cuartango, García-Abadillo, Méndez dando lustre a aquella mesa de Continuidad. “Isabel, es para ti”. “¡Pero somos melones, ¿o qué?! ¡¿O QUÉ?!”. Pedro J. bramaba al otro lado del teléfono por una errata descarriada en la portada de mañana. La Primavera Árabe. El 15-M. Un frenesí irresistible. Todas las noches que caben en dos años. Sin firmar una sola línea, qué capítulo escribió.
Han pasado ocho años. Los que lleva entre fogones en ABC de Sevilla, hoy cocinando la revista GURMÉ. Entrevistas y nuevas aperturas salpimientan su gastronómico presente. Le sabe a ensaladilla, manjar indubitado si con rigor, -el mismo que ella practica-, se ejecuta. El sabor de estar en casa y con el pinche adecuado.
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