
Chesco Balsera
Foto: Andrés Torreadrado Boal

Descubrió mucho después que aquella diligencia en blanco y negro era un fotograma de «Lo que el viento se llevó». Un primer recuerdo de la niñez que, como el primer olor, -la madera del patio de butacas-, y los sabores del ambigú era cine en neto.
El niño del Cinema Isabel era él; el Salvatore de Monterrubio de la Serena (Badajoz). Tan pronto alcanzó la máquina comenzó el crío a proyectar las películas. Por exigencias del mismo guion también despachaba en el bar.
Sergio y Elisa dirigían la sala del pueblo. Para sus paisanos, la puerta a la Creta de «Zorba, el griego»; al Nueva York de «El Padrino». Fue por sus padres que los vecinos cabalgaron por vez primera un spaghetti western. El visillo de las películas “S” lo descorrieron allí. Para cinéfila, su madre. No conforme con el pase de los jueves y los domingos, Elisa organizaba el suyo particular en el salón de casa. Hizo de su mesa camilla una filmoteca oficiosa.
Bien mirado, lo raro hubiese sido no salir a moco tendido de «Cinema Paradiso». Su hermana y él, pura lágrima ambos, sintieron que Tornatore les había fisgado por una mirilla la vida entera.
Soñó con meter cabeza en el cine, pero el destino le fue moldeando los anhelos. Estudió Imagen y Sonido en Madrid. Finalmente, hizo sonar la claqueta en plazas no cinematográficas, aunque en algunas la realidad superaba la ficción.
Marbella, comienzos de los 90. El Hotel Don Carlos de Puerto Banús era aún un antojo de señoras descomunales al son de Jaime de Mora y Aragón y Gunila Von Bismark. Derrapar por aquellos escotes y por las operaciones antidroga de la Costa del Sol fue todo en uno; la tónica de sus primeros años en Canal Sur Televisión. Para películas, las de aquellas crónicas estupefacientes. Destinado en Málaga vivió los años más divertidos y trepidantes de su carrera. Los más canallas, incluyendo la tumultuosa toma de posesión del alcalde Jesús Gil. Elisa salía escopetada al kiosco del pueblo porque habían sacado al niño en el Hola! grabando recursos de algún sarao junto a Antoñito España.
Pidió luego el traslado a Sevilla. Se lo concedieron empotrado al presidente Manuel Chaves en una gira de enorme responsabilidad al Cono Sur. Del Marbella Club a Argentina, Chile y Uruguay, sin WhatsApp ni Wifi que te ladre. Haciéndole un nudo al satélite, con cuatro horas de sueño en el cuerpo para enviar las imágenes a España. Visto con el filtro contemporáneo de Instagram, qué añoranza y orgullo de aquellas proezas.
Hermandad reportera
No pretende uno ser Visconti en cada rueda de prensa, pero “qué planos aberrantes, qué imágenes de saldo se ven”, lamenta el Chesco de hoy. El intrusismo y el nivel devaluado le pesan más que las cámaras al hombro de antes, que aerodinámicas no eran.
Ya en aquel pretérito de cintas de Betacam perseguía la excelencia. El mejor campo de labranza, la calle. Para academia de Humanidades, las aceras. El plató y esas gaitas, a otros. Remar a favor de obra, en comandita, en la hermandad reportera: ahí es, dice, donde se crece.
De película de terror el pase de esta primavera. Le persigue en su memoria el barrio de Santa Cruz desahuciado de turistas y sevillanos. Aquel silencio, la nada misma; los pasos lejanos. Un escalofrío le devolvió a la esquina de Don Remondo donde la vida le hizo un jirón como informador aquel enero de 1998. La soledad de la pandemia le espejó la perplejidad de entonces.
No salen aún los títulos de crédito para él, que treinta años no es nada. Los evoca ahora en este plano secuencia sin alivio de COVID que dura desde marzo. Lo seguirá grabando con sus ojos de narrador. Silencio, se rueda.
